Actualizado 22/07/2009 23:11

COLUMNA-Fascinación por Brasil: Christopher Swann

Por Christopher Swann

NUEVA YORK (Reuters/EP) - Brasil ha tenido una experiencia muy diferente de la crisis financiera, en comparación con otros países. Mientras la credibilidad de algunas economías se desmoronó, Brasil ha recibido una lluvia de elogios.

Su moneda, el alguna vez débil real, es una de las divisas con mejor desempeño frente al dólar este año, junto con el rand sudafricano.

Una esperada mejora de la calificación del país por parte de Moody's Investors Service daría a Brasil el codiciado grado inversor por parte de las tres principales agencias.

Además, los mercados financieros han permitido a Brasil implementar políticas económicas contracíclicas por primera vez en la historia del país.

De todos modos, Brasil sigue siendo uno de los lugares más difíciles del mundo para hacer negocios. Los inversores deberían tener esto en mente al colocar dinero en la mayor economía latinoamericana.

Es fácil ver por qué los inversores podrían entusiasmarse con Brasil. Lejos de ser un clon del venezolano Hugo Chávez, como temían los mercados en el 2002 antes de su elección, el presidente Lula ha demostrado ser un administrador cauto de las finanzas del país.

El Gobierno ha mantenido sólidos superávit presupuestarios primarios y para cuando la crisis financiera golpeó con fuerza, Brasil había amasado 200.000 millones de dólares en reservas internacionales.

La transformación de la política monetaria de Brasil no ha sido menos dramática. Al mantener altas las tasas de interés el año pasado para evitar un recalentamiento de la economía, el Banco Central mostró un inusual autocontrol. Esto dio al país un amplio margen para bajar las tasas cuando estalló la crisis.

El mes pasado, la tasa de referencia cayó debajo del 10 por ciento por primera vez desde la década de 1960. Las tasas de interés reales son ahora un tercio del nivel que Lula heredó.

Larry Brainard, economista jefe de Trusted Sources, incluso ha propuesto al real como una moneda de reserva para los bancos centrales que buscan diversificar.

Para una economía que tuvo tasas de inflación de 2.000 por ciento hasta 1994, esto es un importante voto de confianza.

Lamentablemente, los grandes avances macroeconómicos han sido acompañados por pequeños pasos en las reformas estructurales. Brasil se encuentra en el puesto 125 dentro de un ránking del Banco Mundial sobre la facilidad para hacer negocios en el país, peor que otras economías del grupo BRIC. Incluso Bután y Lesoto colocan menos carga sobre las compañías.

Las autoridades impositivas brasileñas ostentan el récord mundial de burocracia. Lleva 2.600 horas para una empresa promedio de tamaño mediano preparar su declaración impositiva cada año, más de seis veces que el promedio de la región.

Los impuestos sobre el empleo destacan por sobre los de otros países en desarrollo y lleva unos 150 días abrir un nuevo negocio.

En pocas palabras, Brasil ha estado funcionando por mucho tiempo con una mano atada detrás de su espalda. Sobre estos temas, Lula ha realizado sólo incursiones menores.

Con el PIB per cápita equivalente a apenas un 15 por ciento del de Estados Unidos, según Capital Economics, no es momento para que Brasil se duerma en los laureles. Las reformas no deberían esperar hasta la salida de Lula. Su inmensa popularidad lo coloca en mejor posición que cualquier otro para convencer a la izquierda de que acepte una mayor flexibilidad laboral.

Los inversores deslumbrados con Brasil deberían darse cuenta de que sin reformas impositivas, laborales o en el área de la seguridad social, el país nunca alcanzará las tasas de crecimiento de India y China.