Publicado 09/05/2015 20:11

"De la corrupción brasileña nadie se salva", dice harta la ciudadanía

Dilma não se pronunciará na TV no Dia do Trabalho
WIKIPÉDIA, ROBERTO STUCKERT FILHO

BRASILIA, 9 May. (Notimex/Notimérica) -

Para decirlo usando un lugar común entre los analistas políticos ávidos de material para sus análisis, en Brasil el fantasma de la corrupción recorre el enorme país de sur a norte y de este a oeste, en un fenómeno del que pocos se han salvado.

En ello coinciden ciudadanos cuyo optimismo era desbordante cuando, en la gran nación sudamericana, se instaló en el poder Luiz Inácio Lula da Silva el 1 de enero de 2003 como genuino presidente de izquierda, acontecimiento hoy sustituido por hechos poco edificantes.

Actualmente, Dilma Rousseff y su gobierno aliancista están inmersos en escándalos de diferentes calibres y dimensiones y, como de costumbre, las desviaciones éticas se vuelven más visibles a través del malestar económico.

La prosperidad que había prometido el Partido de los Trabajadores (PT) se ha vuelto dudosa y, como lo señaló años atrás el reconocido sociólogo Hélio Jaguaribe, antes de alcanzar el ideal de la república igualitaria, la sociedad brasileña quedó atrapada en las miserias de una república deshonesta.

Como antes Lula da Silva con el caso de llamado 'mensalao' del que formaron parte legisladores petistas dedicados a entregar dinero a la oposición para que aprobaran las iniciativas del Palacio de Planalto, Dilma Rousseff se mira en un espejo parecido desde marzo de 2014.

En otras palabras, la protegida política del exmandatario sindicalista vive su propio terremoto en la empresa Petróleo Brasileiro, Petrobras, en un conflicto que, además, repercute especialmente en los ministerios de Hacienda y de Finanzas, cuyos hoyos negros son insondables.

El último fin de semana de marzo, el número de empresarios en prisión por haber sobornado a funcionarios de la empresa petrolera creció, como creció también la desnudez de un fraude cercano a los 10.000 millones de dólares.

Son investigados trece senadores, 22 diputados, dos gobernadores, exfuncionarios del Poder Ejecutivo, y Joao Vaccari, secretario del PT, detenido el 15 de abril por aceptar sobornos y lavar dinero en la compañía petrolera.

Entre los políticos involucrados destacan militantes del PT y miembros de la alianza en el gobierno; es decir, sus socios del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), del cual forma parte Michel Temer, vicepresidente del país.

La propia jefa de Estado ha sido alcanzada por el mal endémico, dado que se ha dicho, sin probarse, que varias empresas constructoras sospechosas de estar en el esquema petrolero corrupto financiaron su campaña presidencial, antes de octubre de 2014.

La oposición parlamentaria y los manifestantes del 13 de marzo y el 12 de abril no se cansaron de recordarle que ella fue ministra de Energía de Lula da Silva y, en consecuencia, presidenta del Consejo de Administración de Petrobras.

El impacto de estos escándalos es más agresivo por la procedencia política de Dilma Rousseff, cuya vida no ha sido nada fácil desde que pasó de estudiante y guerrillera, a ministra y mandataria, como lo escribió magistralmente su biógrafo Ricardo Batista Amaral en "A vida quer é corajem" ("La vida requiere coraje") ( Editorial Primeira Pessoa, Brasilia, 2011).

Como Evo Morales en Bolivia, Tabaré Vázquez en Uruguay, Nicolás Maduro en Venezuela y Rafael Correa en Ecuador -además de Michelle Bachelet en Chile y Cristina Fernández en Argentina-, Lula da Silva y Dilma Rousseff llegaron al poder con propuestas y compromisos serios para modificar la relación entre Estado y mercado, poder y negocios.

En Brasil, la mujer cuya trayectoria es detalladamente descrita por Batista Amaral, tiene que dar la cara por la desviación de fondos multimillonarios mientras administra una realidad sumergida en una economía estancada, reconocida por propios y extraños.