Actualizado 12/07/2009 22:37

A dos semanas de golpe, hondureños tratan de volver a normalidad

Por Enrique Andrés Pretel y Juana Casas

SANBUENAVENTURA, Honduras (Reuters/EP) - El domingo 28 de junio, la pequeña Jessy Ordóñez despertó con una gran alegría y un gran pesar: pese a que había sido elegida la reina infantil de su pueblo, las fiestas fueron suspendidas por el golpe de Estado en Honduras y no podría coronarse.

Dos semanas después, mientras la comunidad internacional sigue enfrascada en cómo hallar una salida dialogada al conflicto político hondureño, esta niña de siete años marcha radiante por la calle principal de Buanventura para iniciar su reinado como "Jessy I".

"Se puso muy triste, todos los días preguntaba qué iba a pasar. Las fiestas las querían parar por el toque de queda y todo eso", relata su padre, Jorge Ordóñez, un trabajador público de la dirección departamental de educación.

El derrocamiento del presidente Manuel Zelaya por militares cuando intentaba realizar una consulta que abriera su camino a la reelección desató la peor crisis centroamericana en dos décadas y amenaza con generar sanciones que pondrían en jaque a la economía más pequeña del continente tras Haití y Nicaragua.

Enclavada en unas boscosas montañas pocos kilómetros al sur de Tegucigalpa, muchos en esta pequeña población agrícola de pedregosas calles sin asfaltar y modestas casas de una planta deben desplazarse a la capital hondureña para trabajar, algo que no pudieron hacer en los últimos días por los continuos cortes de tráfico en carreteras y el temor a los disturbios.

Pero, tras días de protestas a favor y en contra del depuesto mandatario en las que llegó a morir un joven seguidor de Zelaya en un enfrentamiento con soldados, los hondureños tratan de recuperar poco a poco la normalidad, aunque siguen cautos sobre lo que les pueda deparar el futuro más cercano.

"Ahorita sí se siente que se ha calmado bastante. Esperemos que pronto todo se solucione", asegura Ordóñez sonriendo.

El inicio de las conversaciones esta semana entre delegados de Zelaya y del presidente interino, Roberto Micheletti, suavizó las pasiones en la calle mientras se espera el resultado de una negociación que se avecina larga y en la que ninguna de las partes se ha mostrado dispuesta a ceder en sus exigencias.

"Hay que ver que sale de este diálogo. Honduras no puede resistir mucho tiempo sin una solución a todo esto, es una economía muy débil, muy pobre, esto es muy dañino", dijo Tom Jacobson, hotelero de la ciudad industrial San Pedro Sula.

RESACA DE UN GOLPE

Las autoridades provisionales levantaron el domingo el toque de queda vigente desde el golpe que implementaron para controlar la tensión, una señal de que consideran que lo peor habría pasado.

En las arterias principales de Tegucigalpa las pintas contra el Gobierno interino en las que se puede leer "Pinochetti golpista" o "Queso para las ratas del Congreso" conviven con enormes letreros luminosos de conocidas cadenas de comida rápida estadounidenses.

Un sondeo divulgado en Honduras esta semana señala que un 41 por ciento de los hondureños justifica el golpe de Estado, mientras que un 28 por ciento se declaró en contra, mostrando la división entre la población generada por el conflicto.

"Absolutamente hay una fractura porque Mel Zelaya tiene sus seguidores, pero nosotros somos más", reconoce desafiante la vicecanciller interina, Martha Alvarado.

Una huelga nacional de maestros en apoyo a Zelaya tiene a unos 2 millones de niños sin clases tras el golpe.

Los partidarios de Zelaya insisten su restitución, algo que las autoridades interinas descartan y han lanzado una dura campaña sobre lo que califican de "peligrosa" alianza con el mandatario venezolano, Hugo Chávez.

Partidos políticos, la Iglesia Católica y empresarios han cerrado filas con el gobierno interino apostando a que los comicios de noviembre terminarán por desarticular el conflicto, aunque aún deben lidiar con el aislamiento y la condena internacionales, así como con la amenaza del endurecimiento de sanciones económicas.

Pero aún cuando los hondureños tratan de regresar la normalidad a sus vidas diarias, muchos de ellos están en incertidumbre sobre lo que sucederá los meses por delante.

"No le creemos nada al nuevo gobierno; así como se lo llevaron al presidente nos pueden mentir a nosotros. Nadie tiene el mismo ánimo de antes", dijo Benjamín Lara, un constructor de 46 años, mientras cenaba con su familia en un restaurante ubicado en una de las zonas adineradas de Tegucigalpa.

Las nubes vaticinan un aguacero que no acaba de llegar. Al animado son de la Marcha del Caribe interpretado por la banda de Buenaventura, Jessy camina con cuidado de no manchar su inmaculado vestido blanco, rodeada por un séquito de diminutos galanes y pequeñas princesas vestidas de dorado.

El padre, orgulloso, sonríe: "Estas son las cosas que importan".