Publicado 17/01/2015 20:07

Las relaciones entre Cuba y EEUU hacen que Brasil se replantee su política exterior

Brazilian President Dilma Rousseff reacts during a breakfast meeting with the me
STRINGER BRAZIL / REUTERS

BRASILIA, 17 Ene. (Notimex/Notimérica) -

El cambio de La Habana respecto a su acercamiento a Washington -sin duda el acontecimiento político más relevante en la historia contemporánea del continente americano-, plantea a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, un desafío que se suma a los serios conflictos internos que padece su gobierno, reinaugurado el pasado 1 de enero.

Desde el Palacio de Itamaraty -sede del Ministerio de Relaciones Exteriores- los experimentados diplomáticos brasileños afirman que, tras el nuevo "factor Cuba", América Latina podrá tomar otros rumbos, y no cabe duda -aseguran- que ello afecta de un modo especial a Brasil.

No soslayan que, en el subcontinente, Brasil es punto clave, cuya mayor formación política -el Partido de los Trabajadores (PT), desde hace doce años en el gobierno- ha mantenido hasta la fecha lazos políticos y diplomáticos cercanos con una nación que parece empezar a cambiar tardíamente.

La diplomacia brasileña -seria y profesional desde que el barón de Río Branco, José da Silva Paranhos, puso sus bases a fines del siglo XIX- está convencida de que, ahora, Brasil se verá obligado a replantear las relaciones con la nueva Cuba.

Esto deberá ocurrir por más lenta que pueda ser la democratización isleña, ya que hasta Fidel Castro tuvo el atrevimiento de admitir que el modelo cubano "ya no sirve ni para Cuba".

Como ha afirmado el diario 'O Estado Sao Paulo', Brasil es un país "cuya identidad fue parcialmente forjada por la diplomacia que le brindó una respetable reputación internacional", recordando las tesis y propuestas del barón de Río Branco, artífice de ese reconocido y señalado prestigio.

Para otros internacionalistas, tal vez sea solamente una coincidencia histórica; pero es cierto que, en los últimos años en que el gobierno de Brasil dejó de lado la estima y el apoyo a una fuerte política exterior, las cosas fueron descomponiéndose internamente, al tiempo que la positiva imagen brasileña hacia el exterior se iba disolviendo.

Dilma Rousseff inició su segundo mandato con nuevos desafíos y, según la crítica de la oposición en el Congreso, en la cual la derecha pesa como nunca antes, "en el Palacio de Itamaraty hay una crisis de identidad".

En el nuevo gabinete que la mandataria anunció a fuego lento para desesperación y angustia de sus posibles integrantes, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Mauro Luiz Ieckert Vieira -de efímero y discreto paso por México como encargado de promoción comercial y una buena actuación ante la Casa Blanca como embajador- adquiere una importancia tan trascendente como la que tiene el Ministerio de Economía.

Celso Amorim y Antonio Patriota no lo hicieron mal como cancilleres; pero nada podría ser peor para un gobierno que no inicia bien -el escándalo de corrupción en Petrobras y el estancamiento de la economía nacional-, que el nombramiento de un jefe de la diplomacia que no estuviera a la altura de las circunstancias.

Patrus Ananías y Kátia Abreu ya ofrecieron un lamentable episodio convertido en desencuentro por razones ideológicas en materia agraria, y es posible que en la mediocre escena en que actúan los diferentes ministerios, el de Relaciones Exteriores interese menos a los partidos.

En medio de un lodazal -como el que ha caracterizado a la partidocracia mundial en términos generales-, éstos se disputan las carteras que ofrecen mayores oportunidades de reclutar sufragios o dinero, sea para repartírselo, sea para sus campañas engañosas.

Es posible que Dilma Rousseff se sienta con las manos libres para poner a despachar en el Palacio de Itamaraty a una personalidad indiscutible como Vieira, que sí pertenece al universo de la diplomacia sin que nadie lo discuta, y pronto se sabrá si lo ha logrado.

El hecho de que el nuevo ministro llegue de Washington podría ser una señal positiva, si es cierto que la Casa Blanca va a tener, esta vez sí, un mayor interés en una América Latina cada vez menos a la izquierda y bolivariana, con los gobiernos de Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela sometidos a un desgaste provocado por sus propios errores y desatinos.

Brasil necesitaba un ministro como Mauro Luiz Ieckert Vieira para dialogar globalmente con reconocimiento y respeto, competencia y capacidad para hacer frente a los retos que presenta la globalidad política.

A escala económica, los brasileños tienen enfrente a los nuevos mercados que su gobierno necesitará abrir para salir de sus problemas y para volver a colocar al país, de gran tradición en sus lineamientos exteriores, en el sitio prestigiado que le corresponde en las ligas mayores de la política internacional.

A estas alturas nadie puede equivocarse, y cualquier error podría costarle un precio tan alto o más del que está pagando por haber renunciado, en la gestión de Petrobras, a una transparencia que mantuviera al que estuvo entre los mayores y más prestigiosos consorcios petroleros del mundo, indiscutiblemente potente y ganador.

Durante las gestiones de Lula da Silva, Petrobras fue una suerte de embajadora de Brasil en el exterior, ejemplo de eficiencia y dinamismo técnicos, y es un contrasentido que, empobrecida la política interna de Brasil, la externa se haya debilitado tanto, sin duda debido al deleznable espectáculo de la corrupción imperante.

¿Hay relación entre la crisis de Petrobras y el descuido de un gobierno con su política exterior?, se preguntan los diplomáticos brasileños; pero están seguros de la fortaleza de su nación para ponerla nuevamente de pie.