Actualizado 19/12/2016 13:06

Unas escaleras que simbolizan la transición entre las FARC y la paz

MEDELLÍN, 12 Jul. (Lara Lussón - Notimérica) -

La diferencia entre vivir en un lugar en conflicto y hacerlo en un barrio en paz no solo pasa por las políticas adoptadas desde los despachos de los Gobiernos. A las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) las combate hoy el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y lo hicieron en su momento -y cada uno a su manera- sus antecesores, como Álvaro Uribe; pero sin duda los avances de los que hoy se habla en las conversaciones de paz de La Habana no habrían sido posibles sin la presión social de un pueblo que reclama respeto por sus derechos más básicos, como el de vivir sin miedo.

La guerrilla ya no tiene cabida en la mayoría de zonas que anteriormente fueron nido de milicianos de uno y otro grupo de izquierdas o trinchera de paramilitares al servicio de la oligarquía. Los grupos armados no solo no son bien recibidos entre los ciudadanos colombianos, sino que estos han dedicado la última década a limpiar sus calles de conflictos, a conseguir la paz, a desvincularse de la fama que les persigue de guerra, drogas y prostitución que ha pesado sobre su país hasta hace bastante poco. Quizá incluso a día de hoy sigue siendo su lastre.

En Medellín, Pablo Escobar -el mayor narcotraficante de la historia- está vetado. Los recuerdos de aquella etapa solo pueden verse en el Museo de la Memoria, que se recorre con satisfacción por el fin de la época más macabra de la ciudad y se suma a la ilusión, palpable en las calles, de ver cómo esta región ha hecho una apuesta por la innovación que involucra fundamentalmente a las clases más desfavorecidas.

En una ciudad enclavada en un valle, la tendencia ha sido la misma que en otras de América Latina como Lima, Río de Janeiro o La Paz: crecer desde las laderas hacia las cimas de las montañas. Esto se traduce en millares de casas hacinadas unas encima de otras; de escaleras infinitas que se convierten en barrizales en época de lluvia.

En uno de los barrios más conflictivos de Medellín, la Comuna 13, hasta 2002 vivían en la parte alta del cerro los guerrilleros del ELN (Ejército de Liberación Nacional) y abajo las FARC. Ambos grupos armados que, pese a respetarse entre ellos, difícilmente se les puede imaginar como los vecinos ideales.

En 2012, justo diez años después de que Uribe diera luz verde a la 'Operación Orión' y diez mil hombres armados, entre miembros del Ejército y paramilitares, entraran a la Comuna 13 para provocar la que se ha definido por distintos organismos internacionales como una gran masacre donde se violaron sin piedad los derechos humanos, comenzó la regeneración del barrio.

Con las guerrillas fuera de él, era necesario concienciar a los vecinos de que la droga y las armas también debían desaparecer de las casas. Se tardó diez años, sí, pero hoy el proyecto desarrollado en esta comuna ha llevado a Medellín a obtener el 'Premio Ciudad Innovadora' en una disputa en la que competía con Tel Aviv y Nueva York. Las conocidas como Escaleras Eléctricas llegaron de la mano de Mariano, el mesías del barrio.

Cuando le ofrecieron dirigir esta obra de ingeniería no lo dudó. Sabía que las escaleras no solo facilitarían la vida de las personas, sino que el barrio entero, si el proyecto salía bien, se convertiría en un referente. Y así fue. Desde que en 2012 se pusieron en marcha se han convertido en un reclamo turístico, pero también en un punto de referencia por el que han pasado hasta representantes de la ONU para ver si pueden trasladar la idea a otros lugares. Y es que estas escaleras mecánicas dispuestas en seis tramos han sustituido a cerca de 500 peldaños que a diario los vecinos debían subir y bajar para realizar las tareas más cotidianas como hacer la compra o ir a trabajar.

Desde el principio Mariano tuvo claro que si quería que su proyecto saliese bien era necesario involucrar a todos los vecinos. Los jóvenes, según dice, estaban estigmatizados por vivir en aquel lugar y tenían graves problemas para acceder al mercado laboral. "Los padres de estos chavales son gente valiosa que por estar en zonas de conflicto no pudieron desarrollarse y terminaron realizando tareas textiles o de albañilería en la economía informal, pero los chicos ahora tienen una alternativa", asegura.

Lo hace emocionado mientras presume de sus 15 chicos y chicas que ya llevan tres años cuidando de que las más de 1.200 personas que utilizan al día las Escaleras Eléctricas lo hagan con respeto. Pero también cuidan de que niños y ancianos no tengan accidentes. Alexander es uno de estos cuidadores; y además es grafitero. Junto con algunos de sus compañeros puso en marcha la iniciativa 'Medellín se llena de vida', que consistió en aprovechar las paredes de algunas de las casas de la comuna -muchas de ellas trituradas a balazos- para pintar murales llenos de color y reivindicaciones de paz. Lo mismo con los techos de hojalata. "Decidimos darle vida al barrio con color, aquí se respeta mucho el arte callejero", afirma.

Las escaleras y las pinturas -cuyos materiales fueron donados por fundaciones privadas como aporte al progreso de la comuna- por sí mismas están muy bien, pero lo conseguido va mucho más allá. Llenar de color el barrio también ha llenado de luz a sus vecinos, que saben que esas escaleras significan mucho más que un simple ahorro de energía y un relax para sus piernas. Son la demostración de que un vecindario involucrado en la mejora de sus condiciones de vida lo puede conseguir. Son el fin de los estereotipos y un ejemplo para proyectar esperanza a otras muchas zonas en una situación similar.