Actualizado 19/04/2007 01:53

España.- Expertos debaten sobre las maras en Madrid, donde afirman que este fenómeno tiene su raíz en el Primer Mundo


MADRID, 18 Abr. (EUROPA PRESS) -

El fenómeno de las maras o pandillas juveniles delictivas no es originario de los países de Centroamérica sino que su raíz se encuentra en los emigrantes de estos países a los países del Primer Mundo donde estos se enfrentan a la exclusión social. Así lo afirmaron los ponentes de la mesa redonda 'Maras en El Salvador' que se celebró este miércoles en Casa de América en Madrid.

"Pandillero no es el joven rebelde ante una sociedad desestructurada; no es quien busca la riqueza o el placer al estilo del crimen organizado; no es alguien que realice terrorismo político; pareciera que el fenómeno de las maras ese un nuevo tipo de mafia, lo cual es mucho peor que todo lo anterior", sostuvo el sacerdote español José María Moratalla, encargado del proyecto de rehabilitación de 'mareros' 'Polígono Don Bosco' en El Salvador.

"La pandilla surge a raíz de la acumulación de marginación en el Primer Mundo hacia el Tercer Mundo", añadió Moratalla quien recordó que el fenómeno se inició en ciudades estadounidenses como Los Ángeles o San Francisco a lo largo del siglo XX.

El sacerdote explicó que a pesar de que las maras comenzaron en la década de los '70, el problema se agravó tras los acuerdos de Paz en El Salvador en 1992, cuando Estados Unidos comenzó una campaña de deportaciones por las que algunos salvadoreños, excluidos de la sociedad norteamericana, volvieron a su país con nuevas vivencias, otra forma de ver la vida, diferente forma de vestir y se convirtieron en líderes en su ámbito y así los adolescentes de los barrios marginales comenzaron a imitarles y a agruparse en torno a ellos.

Cada día más de 700 salvadoreños salen de su país en busca de oportunidades porque en El Salvador "no hay posibilidad de vivir una vida con dignidad".

"La raíz de esta violencia está en la falta de empleo. Un pandillero llega a ganar unos 3.000 dólares diarios sólo con la venta de cocaína", puntualizó Moratalla.

Por su parte, la magistrada de la Corte Suprema de El Salvador, Rosa María Fortín indicó que los mareros menores de edad pueden cumplir una pena máxima de siete años, de acuerdo a la normativa legal vigente. "Nuestro país no había terminado de salir de la guerra cuando de repente nos enfrentamos a este fenómeno extraño", indicó.

"Al principio no supimos ver la dimensión del problema, que ahora, no sabemos cómo manejar. Es un monstruo ante el que no sabemos luchar. No podemos exterminar las maras, como algunos piden, son personas. Lo que tenemos que hacer es revertir el proceso a través de la educación", consideró la magistrada.

En ese sentido el Subdirector de la Policía de El Salvador, José Luis Tobar, expuso que el país necesita una solución integral para erradicar el problema "de difícil dimensión" que pasaría entre otros aspectos por programas de prevención del delito, por una mayor presencia de la policía comunitaria o de proximidad, por disminuir los factores de riesgo, por programas que eviten que los jóvenes se metan en las pandillas y en la drogas y, por programas de reinserción social.

"Cuando hablamos de pandillas hay que diferenciar las juveniles que hay en todo el mundo y que no tienen por qué ser delictivas, con las que hay en Centroamérica. Hay que ubicarse en Honduras, Guatemala y El Salvador", indicó.

Tobar acotó que cada semana Estados Unidos deporta a 300 salvadoreños, lo que al cabo del año supone 14.000 personas. "Muchos de estos son traídos directamente desde las cárceles. Los deportados creaban sus propias pandillas y así iban creciendo. Ahora desde las cárceles salvadoreñas, los cabecillas de los mareros ordenan asesinatos", añadió.

"Creo en el ser humano; hay que luchar para que todos puedan vivir libremente y dignamente, con un trabajo honesto. Se pueden salvar y se puede vivir con ellos", sostuvo por su parte la fotógrafa Isabel Muñoz, quien este jueves en Casa de América inaugura una exposición sobre los mareros en El Salvador.

En ese sentido el también encargado del programa de rehabilitación de mareros 'Polígono Don Bosco', Miguel Azucena, indicó que "el Gobierno salvadoreño debería ser el gran coordinador para dar respuestas reales".

Azucena acusó a organizaciones sociales, investigadores sociológicos y técnicos de hablar y debatir en exceso sobre las maras y propuso "no gastar tanto en técnico e investigaciones y emplear esos recursos en aplicar soluciones concretas".

Azucena expuso el programa de reinserción social que co-dirige junto a Moratalla y destacó que en el 'Polígono' tiene 150 jóvenes internos, unos 500 externos y que gracias al programa, los ex pandilleros rehabilitados han logrado crear 10 empresas con las que se autogestionan y con las que dan "trabajo digno" a ex mareros.

"Nosotros les ponemos a estudiar, les enseñamos un oficio, les damos trabajo, les hacemos empresarios de mecánica, calzado, carpintería, entre otros", añadió.

"Somos una gota de agua en un lago, porque en El Salvador tenemos entre 15.000 y 20.000 pandilleros, pero detrás de ellos hay familias desectruturadas", manifestó.

"El Primer Mundo se olvida de este problema, pero les puede llegar a todos, les puede llegar a ustedes. Se puede ayudar a contrarrestar esta fenómeno quitándoles la posible justificación futura de que no se les dio una oportunidad. Este es un problema de responsabilidad social", advirtió.

Finalmente Moratalla destacó que "los pandilleros dejan de ser alguien y se convierte en algo". "La mayoría de los mareros no saben donde se meten, pero llega un punto en que en ellos el mal es más fuerte que el bien y, entonces solo tienen dos opciones o la cárcel o la muerte", indicó.

Además, el sacerdote aclaró en el debate el papel de la mujer en las maras. "La mujer perdió identidad y aparece como objeto sexual relegada al 'descanso del guerrero'. Es siempre un objeto", sostuvo.

"La enorme importancia de la familia para el latino queda relegada para los mareros; incluso algunos matan a su propia familia porque se lo pide el mal. En ese sentido usan los objetos y cultos religiosos como una burla. Cuanto mejor conozcamos el problema, mejores soluciones podremos hallar", concluyó Moratalla.