Actualizado 24/10/2006 16:33

España/México.- La joven gallega detenida en Cancún cree que pudieron introducirle el detonador en el hall del hotel

Afirma que de no haber sido por el Consulado español, no habría conseguido salir del país


MADRID, 24 Oct. (EUROPA PRESS) -

La joven gallega que fue detenida en el aeropuerto de Cancún (México) con un detonador y cartuchos en su equipaje, Ana María Ríos, afirmó hoy, en su primera entrevista en televisión, que pudieron introducirle el material bélico en el "hall del hotel" donde se hospedaron en la ciudad.

En declaraciones a Telecinco recogidas por Europa Press, reconoció que "durante dos horas y media" perdió de vista su equipaje al dejarlo en el vestíbulo antes de montar en el autobús camino del aeropuerto, porque se suponía que un empleado de la agencia de viajes que contrataron, Pullmantur, debía estar vigilando las maletas, a las que cualquiera que entrara en el hotel tenía acceso. Además, la suya no estaba cerrada con candado, admitió.

Ríos señaló que su peor obsesión durante su detención en México fue el momento en que le comunicaron que iba a ingresar en prisión, porque temía que allí el resto de los reclusos la "pegaran" o incluso "mataran" y aseguró que, de no ser por el consulado español en México, ella ahora no estaría en España. "Estoy aquí gracias al magnífico trabajo que hizo el Consulado español", que se portó "de lujo", afirmó.

A pesar de que su estancia en España es un permiso de 45 días otorgado por el juez federal y que si antes no se resuelve el caso debería regresar al país norteamericano, confió en que "se haga justicia" y señaló que "todos los indicios" apuntan a que se solucionará. Hoy por la tarde afirmó que tiene que llamar a sus abogados para que le informen en este sentido.

EL RELATO DE LA PESADILLA

Ríos, que afirmó que desde el principio de su luna de miel tenía "muchas ganas" de volver a casa y estar con los suyos, relató que la pesadilla comenzó después de facturar el equipaje y momentos antes de la hora de embarque de su vuelo, cuando escuchó que la llamaban por megafonía.

Al acercarse a la puerta de embarque para preguntar que ocurría, una empleada del aeropuerto le pidió que entrara en una estancia y esperara. En ese momento, dijo, comenzó a ponerse nerviosa cuando vio que la empleada hablaba con un policía, pero que la chica no le explicaba nada a Ríos, salvo que le preguntó si llevaba algo de metal en las maletas.

Debido a que estaba segura de que todo lo que tenía en su maleta estaba en regla, Ríos insistió en que abrieran su equipaje porque temía perder el avión. Al poco tiempo, dos policías fueron a su encuentro y les comunicaron a ella, a su esposo y a una pareja que conocieron en México y que facturaron el equipaje con ellos que no iban a salir del país.

"Era como una película de terror que te pasaban por partes", afirmó Ríos, que precisó que había cuatro maletas facturadas a su nombre, las suyas y la de la pareja que conocieron allí.

Aseguró que antes de volver a ver su equipaje, le hicieron someterse a un reconocimiento médico y después, cuando por fin le mostraron todo su equipaje abierto, le enseñaron también una fotografía digital con los cartuchos y el detonador y le preguntaron si lo reconocía, porque estaba dentro de su maleta.

Ríos indicó que en un primer momento el personal de seguridad del aeropuerto le trató como "una presunta terrorista" y precisó que le comunicaron que estaba detenida incluso antes de mostrarle la fotografía. "Mi marido se cayó redondo y le dio un ataque epiléptico" en ese momento, relató y denunció que aunque ella gritaba pidiendo un médico "nadie echó una mano", salvo la chica de la pareja que facturó con ellos el equipaje y que era enfermera.

Según Ríos, los policías que redactaron el informe y que estuvieron con ella las primeras horas se dieron cuenta de que el material no era suyo, porque uno de ellos le llegó a asegurar que en la Procuraduría General de la República se arreglaría todo.

Sin embargo, allí ingresó sola en un calabozo "con una cama de piedra" sin luz "ni manta", donde permaneció dos días llorando, gritando y rezando.

Aseguró que el peor momento fue cuando salió del calabozo y le comunicaron que tenían que trasladarla a la cárcel porque su obsesión era que allí estaría con el resto de presos, que la iban a "pegar" o incluso "matar", aunque en el presidio estuvo siempre separada del resto de reclusos, la primera noche en un pasillo y el resto en la enfermería, donde estuvo acompañada de un "psicólogo encantador". Todo el personal de la cárcel con el que entabló contacto le trató muy bien, afirmó.

Además de agradecer a los servicios diplomáticos españoles el apoyo prestado, también tuvo palabras de afecto para las personas que se manifestaron en la localidad pontevedresa de Arcade en favor de su liberación y en concreto al Ayuntamiento de Sotomayor.