Actualizado 04/07/2008 10:34

Panamá/España.- Los expedicionarios de la Ruta Quetzal BBVA 'invaden' un poblado emberá en San Juan de Pequení (Panamá)

GAMBOA (PANAMÁ), 4 Jul. (De la enviada especial de EUROPA PRESS, Elsa Triguero) -

Los expedicionarios de la Ruta Quetzal BBVA han 'invadido', en cierta manera, un poblado indígena formado por unas 113 personas de la tribu emberá y situado en la localidad panameña de San Juan de Pequení, en el corazón de la selva del Parque Nacional de Chagres.

Aunque fue una invasión pacífica y consentida, ciertamente los 'ruteros' llenaron con su presencia el pequeño poblado, donde apenas hay unas diez chozas de madera con el techo hecho de ramas. En total, llegaron a la aldea unas 400 personas, una cantidad que casi cuadruplica la de la población local.

Los emberás son una tribu amerindia que habita en el este de Colombia y el oeste de Panamá. Tienen su propia lengua, pero aprenden a hablar el castellano en el colegio. Se caracterizan por la pintura oscura que cubre sus cuerpos formando dibujos geométricos, que se obtiene de una planta llamada jaugua y que algunos 'ruteros' pedirán a los emberás que se la apliquen para poder llevarse un recuerdo.

A pesar del fuerte choque cultural que podría suponer el que los expedicionarios visiten a esta tribu, el primer día y la primera noche que han pasado juntos ha sido muy especial. Sobre todo, los 'ruteros' han quedado encantados con los niños emberás, siempre con la sonrisa en la boca, aunque también sus padres han demostrado una enorme hospitalidad.

Los emberás han dado de comer a los 'ruteros', les han secado la ropa en la hoguera y les han dado cobijo en sus chozas. Los niños de la comunidad, por su parte, han experimentado una grata sopresa al recibir juguetes en el marco de la campaña 'Un juguete, una ilusión', al igual que hizo la actual edición de la Ruta Quetzal BBVA en Nombre de Dios y en Colón.

La diferencia estaba en que en esta ocasión la entrega de los juguetes fue aún más especial, si cabe, que en las anteriores, porque los niños emberás realmente no tienen nada. Como decía el director de la Ruta, Miguel de la Quadra Salcedo, antes solían jugar con los monitos que se quedaban huérfanos al matar y comerse a los padres en el poblado. Y ahora ya corren emocionados -eso sí, siempre descalzos-- con sus camiones y muñecas en la mano.

Cada familia de esta tribu hace sus propios objetos de artesanía, para lo cual utilizan materiales como madera, semillas o fibras vegetales. Para alimentarse, además de gastar en tiendas el dinero que ganan con la venta de objetos artesanos, cultivan maíz y yuca y comen la carne de sus animales -patos, gallinas y cerdos, entre otros--.

EL DÍA A DÍA DE LOS EMBERÁS

En el día a día, los emberás se despiertan cuando aún ni siquiera ha amanecido y se recogen en sus casas a eso de las 6.00 o las 7.00 de la tarde. Los niños asisten al colegio, aunque hay que reconocer que no tanto como debieran, Su escuela, que cuenta con unos 40 alumnos, se encuentra a 45 minutos a pie. Aunque este contacto con el mundo exterior les permite tener cierta información que de otra forma desconocerían, aún se quedan fascinados al ver un ordenador portátil.

Las costumbres más tradicionales de los emberás se pueden apreciar en el ámbito de la salud y la medicina. Tienen a su disposición un chamán que les atiende en el caso de que alguien sufra enfermedades como lo que ellos llaman "mal de espíritu de mono araña", que se puede producir por la mordedura de un mono, una culebra o un lagarto.

Al parecer, los síntomas, según los describe Erito Barrigón, jefe de la comunidad emeberá puru que habita en San Juan de Pequení, podrían ser los de una especie de depresión o enfermedad mental transitoria que se calma gracias a las ceremonias que celebra el chamán. Para curar otro tipo de males, sin embargo, acuden al centro médico del Corregimiento de Chilibre o se tratan con plantas medicinales.

Barrigón reconoce que hay algunos aspectos de las visitas turísticas al poblado que le molestan, aunque también asegura que le gusta intercambiar experiencias e información sobre su cultura y la de los visitantes, tan diferentes.

DURÍSIMA CAMINATA

Los expedicionarios realmente necesitaban la hospitalidad de los emberás a su llegada a San Juan de Pequení. Acababan de terminar, el miércoles por la noche, una caminata de siete horas que para algunos duró más y que fue, en boca de monitores, periodistas y 'ruteros', "durísima". El miércoles hicieron una marcha de dos horas que les sirvió como ensayo, dirigiéndose desde Nombre de Dios hasta Santa Librada, pero lo de ayer no era comparable.

El recorrido, que atravesaba una tupida selva por donde los chavales se tenían que abrir camino cortando la vegetación, se complicó sobre todo a causa de la siempre abundante lluvia panameña, que convirtió el camino en un lodazal. Las botas no aguantaban y los jóvenes aventureros se escurrían, cayéndose y teniendo que agarrarse a ramas y plantas que a veces les soprendían con sus espinas.

Algunos, cuando creían que ya no podían más, se desesperaban y lloraban de impotencia y de cansancio, pero los monitores se encargaban de que la marcha continuase. En el último tramo, los expedicionarios se encontraron con un desafiante barranco. Esta vez ya no era un juego, la cosa se complicaba y los riesgos eran importantes.

Por eso, y después de que cruzasen el temido y escurridizo barranco unas veinte personas, se tomó la decisión de parar en ese punto y llevar a los chavales en las canoas motorizadas de los emberás hasta el poblado para evitar disgustos innecesarios.

A pesar de los malos momentos, una vez alcanzada la meta todo eran expresiones de satisfacción y de triunfo por haberlo conseguido, por haber completado la caminata. Atrás quedaban los llantos, el cansancio y los "no puedo más".

Afortunadamente, los 'ruteros' fueron ayudados durante todo el recorrido por dos agentes de la Policía Ecológica panameña, además de contar con la supervisión y el apoyo del equipo de Protección Civil que siempre acompaña a la Ruta Quetzal BBVA.

TALLERES

Tras recuperar un poco las fuerzas, los expedicionarios se dividieron en los diferentes grupos que tienen prestablecidos para comenzar los talleres de cultivos, supervivencia, plantas medicinales, ciencias y fotografía. Mientras en el taller de cultivos aprendían sobre la agricultura local, en el de supervivencia, el experimentado entrenador de Ejércitos Luis Puleio enseñaba a los chavales, por ejemplo, cómo flotar en el agua con dos troncos.

En el taller de ciencias, los 'ruteros' se dedicaron a coger muestras de insectos o de larvas para observarlos a través del microscopio, momento en el cual Miguel de la Quadra Salcedo destacó lo insólito de encontrar un laboratorio "en medio de la selva".

Por último, los expedicionarios escucharon atentamente una conferencia pronunciada por Rafael Gómez, trabajador del Parque Natural Metropolitano, próximo al Parque Nacional de Chagres. Este experto les instruyó acerca de las características de los distintos de bosques para que sepan reconocerlos y les explicó cómo se pueden regenerar las zonas forestales ahora que ya han visto desde cerca la rica flora que crece junto al río Chagres.