Publicado 17/02/2016 12:57

Los sacerdotes, el punto de mira del narcotráfico en México

Federal police officers patrol atop a vehicle along the streets in Iguala, in th
HENRY ROMERO / REUTERS

   CIUDAD DE MÉXICO, 17 Feb. (Notimérica) -

   El Papa Francisco recorre estos días uno de los países más peligrosos del mundo, especialmente para todos aquellos que ejercen profesiones clericales, y es que en México, hay sacerdotes que necesitan guardaespaldas, y otros tantos que ofician misa con chalecos antibalas.

   El Pontífice ha pasado por algunas de las regiones más peligrosas del país, como Michoacán, uno de los estados más violentos, donde durante la última década murieron asesinados 40 sacerdotes.

   No sólo el citado estado registra estos actos violentos contra religiosos, otras regiones de México también se ven afectadas por estas olas de violencia y narcotráfico.

   Este es el caso del padre Jesús Mendoza Zaragoza, que a pesar de tener una vista privilegia de la bahía de Acapulco, su parroquia, San Nicolás Bari, se encuentra en una de las zonas más peligrosas de la ciudad, la colonia La Laja, según BBC Mundo.

   Desde hace siete años, el padre Mendoza tiene que soportar que los informantes del cartel que controla la zona acechen su iglesia. Estos 'halcones' vigilan la parroquia con armas, se drogan en sus salones, intentan divisar desde lo alto de la torre la llegada de policías al barrio, e incluso prestan atención al sermón por si el sacerdote habla de más en la misa.

   "TENGO MIEDO"

   El padre Mendoza, de 61 años, lleva dos décadas al frente de esta parroquia situada en una zona deprimida de un balneario y reconoce que en muchas ocasiones ha tenido que activar protocolos de seguridad y que debe medir sus palabras para no ser el punto de mira de los sicarios. "Tengo miedo, pero a veces no me queda tiempo para tener miedo", cuenta el sacerdote.

   Acapulco se considera la cuarta ciudad más violenta del mundo, está ubicada en el conflictivo estado de Guerrero, una de las mayores zonas de cultivo del país y principales rutas del narcotráfico.

   Durante los últimos tres años, coincidiendo con el periodo de mandato que lleva el presidente Enrique Peña Nieto, se han registrado un total de 15 ataques a sacerdotes, de los cuales 13 han sido asesinados y los otros dos han desparecido. La mayoría de los últimos casos han tenido lugar en el estado de Guerrero, Michoacán es el tercer estado con mayor cantidad de ataques del país, ocho.

   En total, desde 1990, se han registrado 52 agresiones contra sacerdotes, seminaristas, sacristanes, un diácono, un cardenal y una periodista católica, y más de 3.000 iglesias católicas han sido profanadas.

LOS ATAQUES NO SON CONTRA LA IGLESIA

   En una conversación del portavoz de la Arquidiócesis de México, Hugo Valdemar, con BBC Mundo, señalaba que "es preocupante porque ya no vemos esos límites que antes tenía el crimen organizado de no tocar a los sacerdotes. No es una persecución religiosa, sino más bien una represalia cuando hay una oposición a sus fechorías".

   A finales de 2014, tras el asesinato del sacerdote Gregorio López Gorostieta en Ciudad Altamirano, en Guerrero, el Papa Francisco lamentó su muerte y pidió al arzobispado mexicano que, pese a los desafíos, sigan su misión eclesiástica.

   Por su parte desde la Iglesia mexicana fueron algo más explícitos, ya que dieron una serie de recomendaciones para todos los sacerdotes en zonas de conflicto, recalcando que la clave es la prudencia.

   Muchas autoridades eclesiásticas mexicanas afirman que estos ataques no son directos contra la Iglesia, se trata de un mecanismo de control mediante el miedo y, si en algún momento un cura dice alguna palabra de más, lo buscarán para matarlo.

   Valdemar afirma que hay que saber combatir el mal, "no puede ser con una actitud irresponsable, ni osada, se debe tener mucho cuidado de cómo llevar el Evangelio, los valores y la denuncia del mal".

   Para el padre Mendoza los ataques contra la Iglesia se han incrementado en parte porque no se combaten las causas de fondo de la violencia y no se hacen esfuerzos para reconstruir el tejido social.