Actualizado 29/08/2016 10:20

Toshi Kazama, fotógrafo de presos condenados a muerte: "Tengo el fuerte convencimiento de que la vida es un tesoro"

Corredor de la muerte
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"Es difícil fotografiar a alguien que está vivo, pero que tiene la sombra de la muerte acechándole", confiesa "Lo peor de la pena de muerte es creer que lo hacemos en nombre de la justicia y en nombre de las víctimas; es una locura" dice

MADRID, 16 Jun. (EUROPA PRESS - María Fernández Sánchez)

Toshi Kazama empezó hace 17 años a fotografiar a presos condenados a muerte en Estados Unidos, cuando como padre de tres niños tomó conciencia del crimen y la delincuencia de la sociedad en la que vivía su familia, y descubrió que la única forma que existía de solucionar el problema de los asesinatos era volver a matar. "Tengo el fuerte convencimiento de que la vida es un tesoro, que hay que respetar", asegura desde entonces.

Kazama no sabía nada de la pena capital en Estados Unidos, y cuando acudió por primera vez al corredor de la muerte se esperaba "encontrar a un asesino, a un monstruo", pero no fue así. Se encontró con "sólo un chico joven", que tenía 17 años. "Empecé a pensar que yo podría haber nacido en la piel de ese muchacho y esta idea cambió mi vida", asegura.

Así fue como comenzó la ardua tarea de su peculiar fotografía, aunque "es difícil fotografiar a alguien que está vivo, pero que tiene la sombra de la muerte acechándole".

Los comienzos fueron duros, ya que la primera vez tardó un año en conseguir el permiso para entrar en el corredor de la muerte, aunque no había ninguna ley que lo prohibiera expresamente. Luego, fue más fácil acceder a otras cárceles de los Estados Unidos porque se hizo con la amistad de los guardias y policías, que daban buenas referencias sobre él.

Kazama no cree que nadie se sienta orgulloso de ese empleo. "Nadie es feliz matando a gente y si tu trabajo es matar, te conviertes en un infeliz", afirma Kazama, a quien le resulta controvertida la opinión de la gente que apoya la pena de muerte, pero que nunca la llevaría a cabo, sino que la deja en manos de 'los verdugos'.

UN JOVEN LE PIDIÓ ASISTIR A SU EJECUCIÓN

El fotógrafo estadounidense asegura que el caso que más le ha marcado fue el del joven Sean Sallers, condenado a muerte en Oklahoma por un crimen que había cometido a los 16 años. "Sólo pasé con él una hora y me dijo que fuese a ver su ejecución porque no tenía ningún amigo", explica Kazama.

"Le dije que no estaría con él físicamente, pero que estaría pensando en él en el momento en el que lo ejecutaban", asegura el fotógrafo, que se sentó en su salón en su casa de Nueva York a la una de la madrugada

--doce de la noche en Oklahoma-- para contemplar el reloj de la pared.

"A los 15 minutos me di cuenta de que ya estaba muerto", explica Kazama, que pasa a describir en detalle el proceso de la ejecución: los primeros cinco minutos se emplea un químico que adormece; después otros cinco minutos para el fármaco que quita la sensibilidad, y los cinco últimos minutos se reservan para el químico que realmente mata. "Se encarga de estrangular los músculos, por lo que afecta al corazón. Así funciona. Es antinatural", comenta.

NO ALIVIA SUFRIMIENTO DE FAMILIAS DE VÍCTIMAS

El objetivo de la pena de muerte es que con este momento se acabe el sufrimiento de los familiares y allegados de las víctimas, a quienes también fotografía, pero según Toshi Kazama "descubren que la ejecución no ha traído a su ser querido de vuelta, por lo que muchas veces caen en una depresión y entienden que la pena de muerte no les ha ayudado".

Kazama asegura conocer muy bien los sentimientos de estas familias, así que cuando fue agredido en el camino hacia su casa con su hija de 9 años, y a pesar de estar varios días bajo cuidados intensivos al borde de la muerte, pensó: "Mis sentimientos van en mala dirección, pero tengo que enviarlos por el buen camino".

Para el estadounidense, los seres humanos manejamos una amplia gama de sentimientos, y somos capaces de focalizarlos hacia donde nos interesa; la furia y las ansias de venganza --dice-- sólo traen malas consecuencias para uno mismo. "Me hirieron físicamente y ya fue suficiente, no quería que también me arrebataran lo bueno de mí", aclara.

Todo es más fácil de entender para el fotógrafo si se piensa en por qué una persona es capaz de llegar a asesinar. "Todas las personas que he conocido en el corredor de la muerte venían de entornos y situaciones muy duras", asegura. Para él es contradictorio condenar a muerte, cuando antes se facilitan las armas, las drogas y se quita la educación a estas personas que acaban en la silla eléctrica o en la camilla.

"Y cuando los enviamos a prisión, no se encuentran un lugar de rehabilitación, es un sitio que hace peores personas", asegura. Según Kazama, si los presos consiguen salir de las cárceles no devuelven una contribución a la sociedad, porque sólo se ha fomentado lo negativo que hay en ellos.

ODIA ASESINATOS "EN TODAS SUS FORMAS"

Toshi Kazama odia los asesinatos en todas sus formas y considera que "la ejecución es la única muerte en la que conocemos cuando alguien va a morir, el minuto exacto". Un proceso que, a su juicio, se opone a "lo mejor que tenemos los seres humanos", que es "no saber cuando vamos a morir".

En último término, Kazama se proclama firme defensor de la vida en toda su amplitud y dice que lo peor de la pena de muerte es creer "que lo hacemos en nombre de la justicia y en nombre de las víctimas". "Esto es una auténtica locura", sentencia.