Publicado 06/02/2016 06:59

Cien años sin Rubén Darío

Rubén Darío
WIKIMEDIA COMMONS

   MANAGUA, 6 Feb. (Notimérica) -

   Este sábado se cumple el primer centenario de la muerte del poeta nicaragüense Rubén Darío, también llamado "príncipe de las letras castellanas y padre del Modernismo". Considerado como el Walt Whitman de América o el Luis Góngora del Nuevo Continente, sus obras perduran en el tiempo.

   Darío fue poeta, diplomático, escritor y periodista. Nació un 18 de enero de 1867 en Metapa (actualmente Ciudad Darío), a 90 kilómetros de la capital, Managua. Primer hijo del matrimonio formado por Manuel García y Rosa Sarmiento. Sin embargo, la conducta paterna --aficionado en exceso al alcohol y a las prostitutas--, hizo que su madre abandonase el hogar y se refugiara en la ciudad de Metapa, donde dio a luz a su hijo, Rubén.

   La niñez de Rubén Darío transcurrió en la ciudad de León, criado por sus tíos abuelos Félix y Bernarda, a quienes consideró en su infancia sus verdaderos padres. Apenas tuvo contacto con su madre, que residía en Honduras, ni con su padre, a quien llamaba "tío Manuel".

   Fue su tía abuela Bernarda la que le inició en el conocimiento de las primeras letras. Comenzaría a leer a los tres años de edad. Rubén recuerda en su citada autobiografía que en la casa se encontró en un antiguo armario varios libros, entre los que se hallaban La Biblia, El Quijote, Los Oficios de Cicerón, Las Mil y Una Noche, Las Obras de Moratín y la Corina de Madame Stäel, los cuales se convirtieron en sus lecturas habituales.

   En estos primeros versos, según Teodosio Fernández, sus influencias predominantes eran los poetas españoles de la época Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce y Ventura de la Vega.

   A los 14 años se trasladó a Managua, donde continuó su actividad periodística, colaborando con los diarios El Ferrocarril y El Porvenir de Nicaragua. Poco después, en agosto de 1882, se embarcaba en el puerto de Corinto, hacia El Salvador.

   En octubre de 1883, tras una serie de penalidades económicas y de enfermar de viruela, tuvo que regresar a su país natal. Tras su regreso, encontró trabajo en la Biblioteca Nacional de Managua. A pesar de continuar experimentando con nuevas formas poéticas y de probar suerte en el teatro, no encontró satisfactoria la vida en Managua, por lo que en 1886 decidió partir hacia Chile.

AZUL...

   En su etapa chilena, Darío vivió en condiciones muy precarias, y tuvo además que soportar continuas humillaciones por parte de la aristocracia del país. No obstante, llegó a hacer algunas amistades, como el hijo del entonces presidente de la República, el poeta Pedro Balmaceda Toro. Gracias al apoyo de éste y de otro amigo, Manuel Rodríguez Mendoza, a quien el libro está dedicado, logró publicar su primer libro de poemas, Abrojos, que apareció en marzo de 1887. Entre febrero y septiembre de 1887, Darío residió en Valparaíso, donde participó en varios certámenes literarios.

   En julio de 1888 apareció en Valparaíso Azul..., el libro clave en la recién iniciada revolución literaria modernista. El libro recopilaba una serie de poemas y de textos en prosa que ya habían aparecido en la prensa chilena. Fue muy buen acogido por el novelista y crítico literario español Juan Valera, quien publicó en el diario madrileño El Imparcial dos cartas dirigidas a Rubén Darío, las cuales consagraron definitivamente la fama de Darío.

   Esta fama le permitió obtener el puesto de corresponsal del diario La Nación, de Buenos Aires, que era en la época el periódico de mayor difusión de toda Hispanoamérica.

   En junio de 1890 contrajo matrimonio en San Salvador con Rafaela Contreras. A finales de junio se trasladó a Guatemala. En agosto de 1891 se instalaron en la capital costarricense de San José, donde nació su primer hijo. Al año siguiente, dejando a su familia en Costa Rica, marchó a Guatemala, y luego a Nicaragua, en busca de mejor suerte. El gobierno nicaragüense lo nombró miembro de la delegación que ese país iba a enviar a Madrid.

   El 14 de agosto de 1892 desembarcó en Santander, desde donde siguió viaje por tren hacia Madrid. Entre las personalidades que frecuentó en la capital de España están los poetas Gaspar Núñez de Arce, José Zorrilla y Salvador Rueda, los novelistas Juan Valera y Emilia Pardo Bazán, el erudito Marcelino Menéndez Pelayo, y varios destacados políticos, como Emilio Castelar y Antonio Cánovas del Castillo. En noviembre regresó de nuevo a Nicaragua, donde recibió un telegrama procedente de San Salvador en que se le notificaba la enfermedad de su esposa, que falleció el 23 de enero de 1893.

   Ese mismo año se volvió a casar con Rosario Murillo. En abril viajó a Panamá, donde le concedieron el cargo de cónsul honorífico en Buenos Aires. Antes de llegar, pasó brevemente por Nueva York, ciudad en la que conoció al ilustre poeta cubano José Martí; y realizó su sueño juvenil de viajar a París. Finalmente, el 13 de agosto de 1893 llegó a Buenos Aires.

   Allí fue muy bien recibido por los medios intelectuales. Colaboró con varios periódicos. Su trabajo como cónsul de Colombia era meramente honorífico. En la capital argentina llevó una vida de desenfreno, siempre al borde de sus posibilidades económicas, y sus excesos con el alcohol fueron causa de que tuviera que recibir cuidados médicos en varias ocasiones.

   En 1896, en Buenos Aires, publicó dos libros cruciales en su obra: Los raros, una colección de artículos sobre los escritores que, por una razón u otra, más le interesaban; y, sobre todo, Prosas profanas y otros poemas, el libro que supuso la consagración definitiva del Modernismo literario en español.

ENTRE PARÍS Y ESPAÑA

   Darío llegó a España con el compromiso, que cumplió impecablemente, de enviar cuatro crónicas mensuales a La Nación acerca del estado en que se encontraba la nación española tras su derrota frente a EEUU en la Guerra hispano-estadounidense. Estas crónicas terminarían recopilándose en un libro, que apareció en 1901, titulado España Contemporánea: Crónicas y retratos literarios.

   En España, Darío despertó la admiración de un grupo de jóvenes poetas defensores del Modernismo, entre los que figuraban Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle-Inclán y Jacinto Benavente.

   En 1899, Rubén Darío, que continuaba legalmente casado con Rosario Murillo, conoció a Francisca Sánchez del Pozo, que se convertiría en la compañera de sus últimos años. En el mes de abril de 1900 Darío visitó por segunda vez París, con el encargo de La Nación de cubrir la Exposición Universal que ese año tuvo lugar en la capital francesa.

   En 1901 publicó en París la segunda edición de Prosas profanas. En 1902, Darío conoció en la capital francesa a un joven poeta español, Antonio Machado, declarado admirador de su obra. En marzo de 1903 fue nombrado cónsul de Nicaragua, lo cual le permitió vivir con mayor desahogo económico.

   En 1905 se desplazó a España como miembro de una comisión nombrada por el gobierno nicaragüense cuya finalidad era resolver una disputa territorial con Honduras. Ese año publicó en Madrid el tercero de los libros capitales de su obra poética: Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas, editado por Juan Ramón Jiménez.

   Darío comenzó a escribir bajo la influencia de poetas españoles, pero el contacto con la literatura francesa produjo un cambio categórico en sus obras, especialmente con la obra de Víctor Hugo y Verlaine.

   Sin dejar a un lado su vida viajera, Darío vivió su última etapa entre París y Madrid, donde se desempeñó como embajador de su país. Finalmente, su salud estaba ya muy deteriorada: sufría de alucinaciones, y estaba patológicamente obsesionado con la idea de la muerte. A principios de 1916, llegó a su ciudad natal, donde falleció el 6 de febrero de ese mismo año.

   La influencia de Rubén Darío fue inmensa en los poetas de principios de siglo, tanto en España como en América, un legado que perdura a día de hoy pero que ha sido admirado y criticado a partes iguales.