Actualizado 08/03/2014 00:50

Le "hubiera gustado morir entre 'zapatistas'"

MÉXICO DF, 8 Mar. (Notimex/EP) -

   El filósofo mexicano Luis Villoro, que murió la tarde del miércoles a los 91 años, hizo de las luchas indígenas su batalla personal y de hecho, como ha recordado su hijo Juan, "él hubiera preferido estar en una funeraria 'zapatista', si acaso existiera una funeraria 'zapatista' en este país".

   "Un luchador social, un renovador académico, un hombre íntegro", que se caracterizó por la coherencia y la integridad y que nunca supo vivir alejado del indigenismo, al que tantas horas de estudio le dedicó y que tras el levantamiento 'zapatista' tantas ilusiones le despertó.

   "Nunca hizo nada en contra de sus ideas, por eso deja un legado muy grande y una responsabilidad muy alta a todos a quienes lo quisimos", ha argumentado su hijo, el escritor Juan Villoro, a la agencia de noticias Notimex.

   Un investigador que supo entender la historia sin dejar estar pegado al presente y que falleció tras llamar por teléfono a su hija para felicitarla por su cumpleaños, como si después de aquella conversación "un ciclo se hubiese cerrado".

   "Ayer fue cumpleaños de mi hermana Renata. Ella vive en España y mi padre levantó el teléfono para hablar con ella y felicitarla. Luego de una breve charla colgó el teléfono y como quien cierra un libro y cumple un ciclo cerró los ojos para morir en paz", ha argumentado.

   Conocido como el filósofo del indigenismo, vivió con emoción los levantamientos de los primeros pobladores de América y luchó contra su exclusión, al mismo tiempo que analizaba la historia y retrataba el desarraigo que se produjo en el continente tras el fin del colonialismo. Crítico con el poder, trató siempre de mantenerse fiel a su ideología, demostrando que "no sólo supo entender la realidad, sino también vivirla".

   "El rostro de mi padre en los últimos tiempos se había perfeccionado como el de un Quijote. Ya se parecía a esa figura que tanto encarnó en vida", ha defendido su hijo, quien recuerda con gran cariño la ceremonia en la que fue nombrado académico del Colegio Nacional de México, como anteriormente había logrado su padre.

    "El 25 de febrero, después de la ceremonia en la que fui aceptado, nos dimos un fuerte abrazo, fue como un rito esperado por ambos", ha confesado.

   Un filósofo que batalló por los derechos de los pueblos indígenas y que murió en paz, sin abandonar la pelea por acercar al presente los orígenes del México en el que creció, tras huir de Bélgica con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.