Publicado 09/06/2014 18:31

MUNDIAL-A pocos días de la Copa, Brasil aún no se pone la camiseta

Por Paulo Prada

RIO DE JANEIRO, 9 jun, 9 Jun. (Reuters/EP) -

- El Mundial que comienza esta semana en Brasil debería ser la fiesta de las fiestas.

Al final de cuentas, ¿qué más puede pedir un hincha?

El país del carnaval y el "jogo bonito", como Pelé lo llamó, había logrado finalmente la estabilidad económica, política y social necesaria para organizar el torneo por primera vez desde 1950.

Después de medio siglo en que su habilidad en el fútbol superó por goleada su desarrollo como nación, el mayor país de América Latina podía mostrar los éxitos obtenidos tanto dentro como fuera de la cancha.

Pero a pocos días del partido inaugural del 12 de junio, el ambiente en Brasil no es de fiesta. El boom económico que en la última década sacó a 40 millones de personas de la pobreza y motivó a Brasil para candidatearse a organizar el Mundial, se ha desvanecido.

Con la inflación, los embotellamientos y la inseguridad como telón de fondo, muchos brasileños llevan un año protestando en las calles contra los 11.000 millones de dólares gastados en el Mundial y las acusaciones de corrupción que dispararon los costos de estadios y otros proyectos de infraestructura, algunos de ellos jamás entregados.

Los programas deportivos, que en Mundiales anteriores dominaban la televisión, dividen su tiempo con reportes sobre soldados y policías desplegados en las 12 ciudades sedes para garantizar que las huelgas de trabajadores, las protestas y el crimen no arruinen la fiesta.

La falta de entusiasmo es sobre todo evidente en las aceras, plazas y bares de Brasil. Sin las decoraciones verdes y amarillas que invaden Brasil cada cuatro años, en muchos espacios públicos nada sugiere que el país está a punto de organizar el evento que tanto disfruta cuando se disputa en otros lugares.

"La gente está disgustada", dice Mariana Faría, propietaria de una tienda de artículos para fiestas en el centro de Río de Janeiro cuyas ventas cayeron un 40 por ciento con relación al Mundial pasado. "Nadie quiere gastar dinero en algo que ahora está asociado con despilfarro y corrupción".

La apatía en Brasil contrasta con lo que los hinchas del resto del mundo esperan que sea una fiesta de fútbol de un mes entero. Y quizás ocurra que los brasileños se entusiasmen si su selección comienza a brillar.

El torneo, el primero en el que clasificaron los ganadores de todos los Mundiales anteriores, contará con casi todas las grandes estrellas del deporte: desde Neymar hasta el argentino Messi y el portugués Cristiano Ronaldo.

La apatía no tiene nada que ver con el ambiente que la mayoría imaginó cuando Brasil fue elegido para organizar la competencia en el 2007.

En aquel entonces, los organizadores confiaban en que prevaleciera el sentimiento de un país que resurgía y cuya selección estaba preparada para exorcizar la histórica derrota ante Uruguay en la final del Mundial de 1950 en el estadio Maracaná de Río de Janeiro, que será también el escenario de esta final.

VAYAN EN BURRO

El ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, cuyo carisma ayudó a Brasil a conquistar la organización del Mundial, expresó recientemente su sorpresa y la de otros líderes ante las quejas de los brasileños.

Desestimando reclamos para mejorar el transporte público a los estadios y otras obras de infraestructura prometidos pero que nunca salieron del papel, Lula dijo a los brasileños que se las arreglen. "Nunca hemos tenido problemas para caminar", dijo y sugirió que los hinchas vayan al estadio "a pie, descalzos, en bicicleta o en burro".

La presidenta Dilma Rousseff, protegida y sucesora de Lula, ha instado a los brasileños a dejar sus frustraciones de lado y dar pacíficamente la bienvenida a los más de 800.000 hinchas extranjeros que se espera llegarán al Mundial.

Preocupada por las masivas protestas durante un torneo preparatorio en junio pasado y una ola de huelgas en varias de las ciudades sedes, Rousseff autorizó el despliegue de unos 57.000 soldados para apoyar a la policía en los perímetros de seguridad alrededor de los estadios y proteger los autobuses de las selecciones.

"Vamos a dar la bienvenida a los turistas no con violencia, sino con afecto", dijo Rousseff la semana pasada en un discurso para inaugurar una reforma del aeropuerto internacional de Río de Janeiro, donde continúan, sin embargo, las reparaciones.

Rousseff sigue siendo la favorita para la reelección en octubre. Pero encuestas recientes muestran un avance de sus rivales, además de irritación de los votantes en relación a la economía que casi no creció en el primer trimestre y un creciente descontento con el Mundial.

El Pew Research Center de Estados Unidos reportó la semana pasada que un 72 por ciento de los brasileños encuestados habían expresado insatisfacción, comparado con un 55 por ciento hace un año. Un 61 por ciento de los encuestados estaban contra el Mundial.

Entonces, ¿qué fue lo que Brasil hizo mal?

Para muchos, el Mundial simboliza la brecha entre lo que los líderes brasileños prometieron -desde escuelas y hospitales de buena calidad hasta una bonanza petrolera en base a gigantescas reservas mar adentro descubiertas justo cuando Brasil ganó la organización del torneo- y lo que finalmente entregaron.

Los preparativos para el Mundial fueron tan lentos que el secretario general de la FIFA, el organismo rector del fútbol internacional, dijo en el 2012 que Brasil necesitaba una "patada en el trasero". A unos días del inicio del torneo, los asientos en algunos estadios están todavía siendo instalados.

La mayoría de los grandes eventos, por supuesto, son blanco de críticas y ansiedad antes de la inauguración. Y, en general, el espectáculo acaba saliendo bien.

Por eso es que algunos en la clase alta de Brasil trataron de entusiasmar a la gente. En lo que muchos interpretaron como un tirón de orejas, el magnate de los supermercados Abilio Diniz escribió en un reciente editorial que "deberíamos aprovechar la atención global y mostrar la grandiosidad y las oportunidades de Brasil, no nuestros problemas".

En Tijuca, un barrio en la zona norte de Río de Janeiro, Ricardo Ferreira, propietario de un estacionamiento, trabajó la semana pasada con unos amigos para decorar una esquina donde se celebra el "Alzirão", una de las mayores fiestas callejeras de Río de Janeiro con motivo del Mundial.

Bajo unos cables donde Ferreira colocó más de 17 kilómetros de cintas de plástico y otras decoraciones, unos manifestantes pintaron un mensaje de "SOS" para el deficiente sistema de salud pública. Los vecinos se preguntan si alguien vendrá a la fiesta.

"Espero que sí", dice. "Nosotros no somos el gobierno. No somos la FIFA. Y todavía nos gusta el fútbol. ¿O no?".