Actualizado 20/05/2016 10:09

¿La alegría ya viene?

Aficionados agitan banderas de Chile
REUTERS

   Por Gonzalo Andrés García Fernández *, historiador e investigador del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Latinoamericanos (IELAT) de la Universidad de Alcalá (UAH).

   MADRID, 20 May. (Notimérica) -

   El pasado 19 de abril fallecía el ex presidente Patricio Aylwin, un personaje esencial en la denominada "Transición a la democracia" en Chile. Su muerte fue inmediatamente dada a saber en los noticiarios y periódicos, para más tarde recordar su figura como un auténtico pilar de aquella transición de los años 90. Ya ha pasado un tiempo desde el mencionado suceso y Patricio Aylwin pasa a la historia como uno de los presidentes chilenos más emblemáticos del Chile reciente. O por lo menos, esto se piensa desde el discurso oficial del Estado chileno. El presente artículo no tiene como finalidad intencional analizar la figura de Patricio Aylwin, sino más bien revisar y analizar un proceso que se asimiló como válido y fue superado por la mayoría de la ciudadanía chilena. Hablo de la denominada Transición a la democracia en Chile.

   La ciudadanía de Chile tenía una cita con las urnas el día 5 de octubre de 1988. Aquella cita tenía como finalidad dar un instrumento a la ciudadanía para elegir entre el Sí y el No. Ambas propuestas se alejarían de un sistema que se relacionase con una dictadura, ya que era mal vista a ojos internacionales y era además demasiado costosa. El Sí legitimaría con votos a Augusto Pinochet en la presidencia del país mientras que el No proponía un cambio en el sillón presidencial. Ambas propuestas fueron el estímulo necesario para que la mayoría de la ciudadanía se sintiera entusiasmada y parte de un proceso de aparente cambio. Sin duda, lo más recordado de aquel proceso fueron los anuncios publicitaros de ambas campañas, sobre todo la del No, que vendía a los televidentes un cambio en el que las cosas mejorarían exponencialmente para toda la ciudadanía, ¡Todo con un simple voto!

   Para la mayoría de ciudadanos y ciudadanas que vivieron aquel plebiscito fue una oportunidad de participar en un posible futuro sin dictadura, una pequeña dosis de libertad controlada y delimitada al más mínimo detalle. Al ganar el No, la ciudadanía de Chile que participa en aquel proceso siente que supera una gran barrera, sobre todo en materia de libertades individuales y colectivas. Ahora tocaría elegir un nuevo presidente: Patricio Aylwin sería el elegido y en marzo de 1990 inicia su gobierno en la presidencia de Chile después de 17 años de dictadura militar.

   A todo este proceso (incluyendo los cuatro años de mandato de Patricio Aylwin) se le denomina Transición a la democracia. ¿Y qué pasa entonces? ¿Ya estamos en democracia? ¿Y la alegría que prometía el anuncio de televisión? Todo el proceso fue tan rápido, casi a modo exprés, que la mayoría de la ciudadanía chilena entendía que aquella democracia que llegaba era básicamente el fin del recorrido en las instituciones para Augusto Pinochet. Sí, Augusto Pinochet se iba, pero dejando una herencia en las instituciones que seguimos teniendo todavía en el 2016.

   La constitución era la misma, la de 1980 (en la actualidad sigue siendo la misma, aunque con modificaciones), una constitución hecha a medida para implantar un sistema de articulación económica como lo es el neoliberalismo. Todo lo cultivado por Augusto Pinochet y su gabinete de expertos en los que destacaría personajes como Jaime Guzmán y los denominados chicago boys (instruidos por las ideas económicas de Premios Nobel de Economía como Milton Friedman y Arnold Harberger) fue recogido a partir del año 1990. La economía neoliberal llegaría para quedarse y la relación de la ciudadanía con las instituciones (votar cada cuatro años) o la conciencia o percepciones de la ciudadanía serían temas que fueron apartados del debate central el cual tendría otras prioridades, tales como el crecimiento económico y las relaciones internacionales (estas últimas se limitarían básicamente a tratados de libre comercio o TLC's).

   La privatización y mercantilización de la educación y de otros elementos básicos como la sanidad fueron víctimas de la denominada Transición a la democracia. La ciudadanía no reaccionaría en masa para detener dichos procesos, muchos ni lo vieron venir. Todo apuntaba que el no ver a Augusto Pinochet en el sillón presidencial era suficiente, por lo menos en los años 90. Las privatizaciones no tenían limites, hasta el agua se privatizó. Se instauró en aquellos años la conciencia del "salir para adelante", la cultura del esfuerzo individual y del consumo. Más adelante, en el siglo XXI, la gran enfermedad extendida hasta nuestros días sería la deuda, el billete de entrada a las denominadas "clases medias" o dicho de otras formas, una nueva forma de ascenso social. La alegría que prometía el anuncio en 1988 podríamos decir que se podía y puede comprar*, o en este caso, pedir en cómodos plazos.

La cultura neoliberal llegó para quedarse y acomodarse. Hoy en día es lo que impera y es el gran triunfo de la dictadura de Augusto Pinochet. El otro gran triunfo es que, por ejemplo, se siga enseñando en las escuelas que desde 1988 a 1994 hubo una Transición a la democracia en Chile. La verdadera noticia no es el papel de Patricio Aylwin en dicho periodo o sus pecados como individuo o incluso los de su partido: el Partido Demócrata Cristiano. Lo más triste de esta historia es creer que aquel periodo fue una Transición a una democracia real.

   Sin duda están los que defienden dichos momentos en los que se pudo participar mediante el voto después de tanto tiempo (1988 y 1989). Cierto es que dicho período fue fundamental para el Chile de entonces, pero éstas no han traído ni la alegría ni la democracia al país, sino más bien un cambio de imagen y una profundización en las medidas que inspiraron el Golpe Militar de 1973. El miedo se apoderó de la ciudadanía, de lo poco que quedaba de su conciencia ciudadana, hasta llegar al punto de pensar que partir de 1990 habría "un borrón y cuenta nueva".

   La crisis de conceptos es un hecho: no sabemos que es libertad, ni democracia ni ciudadanía realmente. Son viejos conceptos que se utilizaron en el siglo XIX y que en las denominadas Transiciones a la democracia se desentierran de un pesado cofre hundido en medio del océano para darles desde las instituciones y partidos políticos un uso social balsámico. La realidad está en un segundo plano, ausente, sumergida en un escenario donde reinan las estadísticas en que somos meras cifras o parte de una ecuación casi indescifrable. Debemos reconocer que lo políticamente correcto impera y las Transiciones a la democracia lo son. Han pasado al Hall of Fame de los procesos que no pueden cuestionarse. La "Transición a la democracia" en Chile es un caso más de los muchos que existen de procesos parecidos que se hicieron a medias como lo fue también, por mencionar un ejemplo, el caso español.

   El valor más importante que nos queda a la denominada ciudadanía es repensar si efectivamente somos ciudadanos y decidir qué es lo que queremos ¿libertad? ¿democracia?... ¿estabilidad a cualquier precio? Cada pensamiento cuenta y es algo que deberíamos recordar a diario sobre todo cuando encendemos la televisión y nos dicen que es lo que está bien y lo que está mal.

   *Gonzalo Andrés García Fernández es investigador en el área de historia del IELAT de la UAH, donde es también graduado en Historia y tiene el máster en 'América Latina y la Unión Europea: una cooperación estratégica'. Ahora realiza una tesis doctoral en el programa 'América Latina y la Unión Europea en el contexto internacional'.