Actualizado 18/07/2009 16:05

Brutal insurgencia atormenta sur musulmán de Tailandia

Por Martin Petty

YALA, Tailandia (Reuters/EP) - Cuando escuchó los fuertes disparos, Prapan Pormapat supo que los insurgentes se habían cobrado la vida de otra víctima.

Un motor rugió mientras dos hombres armados se alejaron a toda velocidad en una motocicleta, dejando atrás el cuerpo de un monje budista de túnica color azafrán en medio de un charco de sangre.

"Ahora todo el mundo porta un arma aquí", dijo Prapan, un sastre budista, mientras narraba el escalofriante relato de cuando una oscura rebelión de cinco años estalló por primera vez en el aletargado barrio de Yala en el sur de Tailandia.

"Rara vez salgo. Tengo demasiado miedo de ir a cualquier parte. No sabemos quién está detrás de estos hechos de violencia o qué es lo que quieren", dijo el hombre.

El sur musulmán de Tailandia se ha convertido en el campo de batalla de uno de los conflictos más misteriosos del mundo, una brutal insurgencia que desde el 2004 ha ocasionado casi 3.500 muertes.

Un clima de miedo e intimidación ha tomado las provincias de Yala, Narathiwat y Pattani, y los soldados -unos 30.000- ofrecen poca protección contra los casi cotidianos bombardeos y tiroteos porque no tienen idea a quién se están enfrentando.

"No sabemos de dónde provendrán los ataques", dijo Daeng, un coronel del ejército, acurrucado nerviosamente detrás de una pared de bolsas de arena y alambre de púas en un puesto de control afuera de una aldea musulmana.

"No sabemos si estas personas viven en esta aldea o si han venido aquí a matarnos", agregó el militar.

Con sus colinas ondulantes y su espesa jungla salpicada de blancas mezquitas aldeanas, la región rica en caucho limítrofe con Malasia es una de las más pintorescas de Tailandia, pero la implacable violencia se ha asegurado que los turistas e inversores se mantengan bien alejados.

INVERSORES ATEMORIZADOS

Los ataques contra trabajadores de plantaciones han reducido la producción local de caucho y los potenciales inversores han rechazado ofertas del Gobierno de préstamos flexibles y reducciones impositivas por temor a ser blanco de ataques.

"Los únicos negocios que están ganando algún dinero aquí son los que venden armas", dijo Wirach Assawasuksant, presidente de la cámara de comercio de Yala, quien también porta un arma.

"No hay nuevas inversiones, las primas de los seguros son demasiado elevadas. Todos los negocios están en problemas", agregó encogiéndose de hombros.

Al anochecer, la capital provincial que otrora bullía de compradores y repletos restaurantes se asemeja ahora a una ciudad fantasma tras una serie de tiroteos desde automóviles y bombas en motocicletas perpetrados a sólo un kilómetro y medio de una base del ejército que alberga a miles de soldados.

Ningún grupo creíble se ha adjudicado la responsabilidad por la violencia en el sur, que fue parte de un sultanato étnico malasio musulmán anexado por la Tailandia budista hace un siglo.

El ejército dice que ha "mejorado dramáticamente" su recopilación de inteligencia, pero admite que su capacidad para luchar contra la insurgencia es limitada porque no está seguro de quién es exactamente el enemigo.

Incluso los insurgentes individuales son mantenidos en la oscuridad.

"Ellos no saben para quién están luchando o quién está dando las órdenes", dijo el coronel Parinya Chaidilok, un alto oficial del poderoso Comando Interno de Operaciones de Seguridad (ISOC, por sus iniciales en inglés) de Tailandia, apostado en Yala.

"Los grupos no se han identificado ni han dicho quiénes son sus líderes. Si lo sabemos, podemos entablar el diálogo, podemos averiguar qué es lo que quieren", dijo el oficial.

Los analistas de seguridad y académicos dicen que la insurgencia es una lucha independentista de los musulmanes malasios que se rebelan contra 100 años de asimilación forzada y de la "opresión" budista de Tailandia.

Aunque la campaña parece tener como por blanco a símbolos del estado tailandés -policías, soldados, maestros-, más de la mitad de las víctimas han sido musulmanes, lo que ha alimentado especulaciones de matanzas extra-judiciales por parte de las fuerzas de seguridad y los defensores budistas voluntarios.

MASACRE EN LA MEZQUITA

Los sentimientos de enojo, alienación e injusticia abundan y las relaciones entre musulmanes y las fuerzas de seguridad están bajo presión por la incapacidad de investigar o castigar a los funcionarios estatales por las muertes, la tortura o la desaparición de aldeanos.

Cuando 11 musulmanes murieron producto de los disparos de hombres desconocidos mientras rezaban en la mezquita Al Furquan de Narathiwat en junio, el Gobierno tuvo dificultades para convencer a los aldeanos de que el hecho fue obra de militantes musulmanes.

Las muertes en la mezquita del distrito Cho Airong, una "zona roja" que el ejército dice que está "infestada" de insurgentes, se sumaron a las de otras 43 personas y a casi 70 heridos en el sur solamente el mes pasado.

Con vidas en juego, la mayoría de las personas tiene miedo de hablar sobre separatismo, o de especular quién está detrás de la violencia.

"Nosotros nos metemos en nuestros asuntos, vivimos nuestras vidas. No nos involucramos", dijo un hombre anciano que fumaba cigarrillos armados en medio de un grupo de aldeanos en Pattani.

"Todo lo que queremos saber es por qué todos estos soldados no pueden ponerle fin a estas matanzas", agregó en un dialecto malasio hablado por un 80 por ciento de las personas del lugar.

El malestar es otra distracción para el primer ministro Abhisit Vejjajiva mientras trabaja para revivir la economía exportadora de Tailandia y lucha contra los desafíos políticos dentro y fuera de su frágil coalición de seis partidos.