Actualizado 20/09/2009 18:40

Región más aislada de Afganistán, sumida en la oscuridad

Por Maria Golovnina

CHEKHCHERAN, Afganistán (Reuters/EP) - Separado del mundo por las enormes montañas del centro de Afganistán, Abdullah, sus dos esposas, 15 hijos y un rebaño de cabras llevan una vida que ha cambiado poco en siglos.

"No hay nada aquí. No tenemos carreteras, ni electricidad, ni agua, ni energía", dijo Abdullah con turbante negro, mientras a su alrededor se veían filas de girasoles resecos y tristemente decaídos cerca de su casa color polvo.

"Eso es lo más duro de la vida aquí en este momento", sostuvo.

Cercado por montañas que llegan hasta el cielo, la provincia central de Ghor es hogar de cerca de un millón de personas.

Otrora en el corazón del imperio medieval Gurida que se extendía entre el Irán actual y el sudeste asiático, Ghor ahora es pobre y desolado incluso para los estándares afganos, sin carreteras adecuadas, hospitales ni escuelas.

Debido a su aislamiento, es un lugar pacífico que no se vio afectado por el aumento en la violencia que sacudió a otras partes de Afganistán y funciona como zona de protección contra los rebeldes talibanes.

Al igual que otras provincias tranquilas, Ghor rara vez aparece en las noticias y la gente del lugar siente que debido a eso el Gobierno y las agencias internacionales ignoran su difícil situación.

"La gente de aquí vive como hace 300 años. Necesitamos más atención. La gente es buena y paciente pero padecen de todo tipo de problemas", sostuvo el gobernador de Ghor, Sayed Iqbal Munib.

El pequeño equipo lituano de reconstrucción provincial -uno en una red de unidades de la OTAN por medio de las cuales las naciones de Occidente proveen asistencia- contrasta mucho con la extendida operación patrocinada por Gran Bretaña en la vecina Helmand, al sur.

Cada año se inyectan millones de dólares de ayuda en provincias como Helmand, como parte de los esfuerzos por poner a los afganos en contra de los insurgentes talibanes.

Sólo aproximadamente un cuarto de los adultos en este sector saben leer y escribir, la mortandad infantil es de las más altas del país, y la expectativa de vida está por debajo del promedio nacional de 44 años.

Chekhcheran, un grupo de casas de barro golpeadas por tormentas de arena que hacen de centro provincial, es un lugar aletargado.

Sentadas sobre el polvo y tratando de amamantar a sus bebés afuera del único hospital grande de Ghor, mujeres vestidas en capas de velos dijeron que no había suficientes doctores para atender a sus niños.

Gulbadan Halifazada, de 42 años, afirma que sólo dos miembros de su hogar trabajan y ganan 200 afganis (4 dólares) al día. Asegura que la vida no ha mejorado, ni cambiado en absolut, durante años.

"No tenemos suficiente buena tierra para trabajar y para que pastoree el ganado. El Gobierno no ayuda. Nada ha mejorado en los últimos cinco años", dijo Halifazada, con su frente arrugada, cubierta por un elaborado tatuaje.

VIEJAS COSTUMBRES

La desnutrición y enfermedades como la tuberculosis y la disentería permanecen generalizadas debido a las pobres instalaciones médicas, la falta de doctores calificados y los servicios sanitarios básicos, señalan funcionarios.

"Es una de las provincias menos desarrolladas. El Gobierno le presta poca atención", sostuvo Haji Mohammad Gul Seddique, director de la Misión de Asistencia en Ghor de Naciones Unidas en Afganistán.

Al igual que en otras partes de Afganistán, un 70 por ciento de las personas del lugar no tiene acceso a agua potable y sólo un 8 por ciento de los hogares cuenta con letrinas adecuadas, según Naciones Unidas.

El resultado directo de esas condiciones es la reaparición de la polio, una temida enfermedad paralizante erradicada en Occidente pero todavía presente en Afganistán, Nigeria, Pakistán e India.

El fondo para la niñez de la ONU, la UNICEF, dice que se han registrado ya 20 casos este año en Afganistán, comparado con los 17 vistos en el 2007.

Pero existe un hálito de esperanza.

Esta semana, la UNICEF lanzó una campaña de inmunización de tres días en Ghor, como parte de una campaña nacional para vacunar a 1,2 millones de niños, aunque hay miles más que no pueden ser beneficiados por los fuertes enfrentamientos en otras zonas.

Usando una gorra de baseball sobre un velo que la cubre de pies a cabeza, Kandigul, de 17 años, es una de las voluntarias de la ONU que va de casa en casa vacunando bebés, un hecho de valentía en un país donde las mujeres que trabajan son mal vistas.

"Me ofrecí como voluntaria porque quiero salvar a estos niños", dijo la joven, sacudiéndole el cabello a una niña que recién fue vacunada.

Munib, quien asumió como gobernador hace dos meses, dice estar particularmente decidido a construir escuelas y mejorar la educación, en una región donde el índice de alfabetismo entre las mujeres está por debajo del 14 por ciento.

"No siempre contamos con el apoyo de la gente", indicó, agregando que muchos se opusieron a que mujeres como Kandigul trabajen o estudien.

Las viejas costumbres nunca mueren.

Mirando sus girasoles, Abdullah afirmó que inicialmente permitió que sus cuatro hijas fueran a la escuela, pero luego las retiró debido al asedio generalizado.

"La escuela queda lejos y ellas fueron acosadas y golpeadas en el camino hacia allá por hombres. No las enviaré de nuevo. Pero si hubiera una nueva escuela cerca permitiría que fueran", expresó.